Recuerdo de José
Antonio Sollo, compañero de cuadrilla, el momento en que Juan
Carlos Montes se desplomó bajo las trabajaderas del misterio de Las Aguas
cuando éste transitaba a la altura del Postigo. Ocurrió el 29 de marzo de 1999.
Diez años después de aquel fatídico Lunes Santo, el recuerdo del costalero
fallecido sigue vivo. Éste es el relato en primera persona de José Antonio
Sollo, testigo directo de aquella triste jornada.
Fue
transcurriendo la jornada perfectamente. Recuerdo que después de arriar el paso
tras salir de la Catedral nos fuimos junto a la puerta del Alcázar, donde
habitualmente tomábamos un refresco y un bocadillo en una tienda de souvenirs
que hay allí. Ese día ya estaba cerrada y nos compramos unas latas. A medida que
la cofradía avanzaba nos fuimos acercando al Postigo.
El punto de
relevo estaba un poquito antes del arco. Todos estábamos deseando que llegara
ese momento. Queríamos intentar hacer una chicotá desde allí hasta la iglesia.
Lo habíamos hablado con el capataz, lo sabía el diputado mayor de gobierno y
queríamos intentarlo.
Nos metimos
en el paso, mandó el capataz, se cuadró el paso ante el arco y se arrió para
bajar la cruz. Salvador Perales volvió a llamar, se levantó y mandó los dos
costeros a tierra por igual. Y ahí empezó todo. Pasamos el Postigo con el pie
izquierdo por delante y, prácticamente cuando el capataz mandó poner los
cuerpos derechos, recuerdo que noté un tirón de la camiseta y que se cayó. Los compañeros de atrás le decían
a Salvador que mandara parar, que parara. Se arrió y a Juan Carlos lo sacamos
en volandas como si fuera una pluma por el costero derecho a la calle Arfe. Lo
tumbamos en el suelo mientras se llamaba a un médico. Todo el mundo pensaba que
se trataba de una lipotimia por el esfuerzo. Había sido una tarde primaveral
con sol espléndido.
Empezamos a
pensar ya lo peor cuando Juan Carlos no se recuperaba. Cuando llegó el 061
empezaron a medicarlo, a pincharlo, a ponerle de todo para reanimarlo y, como
no lo conseguían, empezamos a pensar absolutamente de todo.
El 100% de
la cuadrilla estaba debajo llorando. Todo el mundo apretado, los vellos de
punta, abrazados. Fue la chicotá más amarga de mi vida. Íbamos a paso de mudá
y, por supuesto, sin música. La gente no entendía por qué habíamos entrado así
hasta que se fue conociendo la noticia.
Recuerdo
perfectamente que cuando llegamos a la capilla todo el mundo se fundió en un
abrazo, la capilla se convirtió en un pañuelo de lágrimas y Pedro Collado
(entonces hermano mayor) nos dio unas palabras de ánimo. Todo el mundo le pedía
al Señor y a la Virgen de Guadalupe que Juan Carlos saliera adelante. Al día
siguiente nos enteramos de su muerte.
Esta cuadrilla nunca volverá a ser la de antes. Aquello fue un auténtico palo, la
peor experienciencia que uno puede vivir. Lo peor que le puede pasar a alguien
es que se muera un amigo a tu lado y no puedas hacer nada. Nadie sabía que
tenía problemas de úlcera. Él se sentía muy fuerte, era un toro. Trabajando,
callado siempre en el palo. No rechistaba, no resoplaba. Era un profesional
como la copa de un pino. Se nos fue muriendo poco a poco sin saberlo,
desangrado...”